domingo, 19 de enero de 2014

Épicos momentos de heroico senderismo por el Baix Vinalopó

Montañas de sal a poniente,  brisas de intenso azul Mediterráneo a Levante, radiante sol del mediodía en sus rostros, viento en popa a toda vela; las esforzadas huestes senderistas murcianas dejaron las playas de Santa Pola para dirigirse hacia la desembocadura de su amado río Thader en Guardamar. Para ello, como dignos herederos del legendario Estratega Cartaginés Almílcar Barca, cruzaron las bravías aguas del Vinalopó. Por más que hoyaron su suave y frío lecho, no lograron encontrar sus restos, enterrados, según se cuenta, en este proceloso río. El padre del gran Aníbal pereció al intentar cruzar su mítico cauce, herido y exhausto por el hostigamiento de las hordas oretanas. Arremangados de rodilla y bajo muslo, poco prietas las filas y menos firme el ademán,  desafiaron de nuevo el frío, la naturaleza hostil y la historia para rendir homenaje a su legendario caudillo, quien hace la friolera de  2300 años ya practicaba, cortejado por entrompados elefantes y fieros guerreros nubios, precursoras gestas senderistas en tierras ilicitanas . Al tiempo que dejaban sus huellas sobre la más que pesada y cansina arena de la playa del Pinet, hacían patente su desafío para antiguos oretanos y actuales pobladores de Ílice.  Que por cierto ya no son los aguerridos pueblos íberos de antaño, ni rubios mastienos o morenos almohades; las modernas invasiones bárbaras tienen la peculiar forma de amables parejas de entrañables jubilados de suaves maneras, ojos glaucos y azulados y voz queda que balbucean oscuras lenguas de más allá del salvaje Rhin. El señorío de Elche con sus oasis de palmeras siempre fue patrimonio del Adelantado del Reino de Murcia, por más que el astuto rey de Aragón, Jaime II, usurpara al joven Don Juan Manuel estas tierras tan murcianas, para incorporarlas a la Corona de Aragón. Y así lo quieren hacer constar estos fanáticos del paso cada vez que cruzan los mojones actuales del Reino de Murcia.
Llegados a las dunas de Guardamar, los senderistas merodearon por los pinos, subiendo y bajando por estas bellas montañas de arena, hasta alcanzar la gran duna, donde otearon la playa y el ancho mar. Llegados a la desembocadura del Segura, donde su amado Thader se funde en el Mare Nostrum, folgaron y degustaron toda suerte de pitanzas, caldos y manjares, para finalmente volver a la Marina por la playa. En fin, otra heroica epopeya garbeísta que a buen seguro pasará a los anales de la rebelión senderista.

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